La mirada de Irene Vallejo
Solo viendo en persona a la autora de "El infinito en un junco", uno termina de entender por qué hablamos de mucho más que de un libro de (enorme) éxito
El viernes pasado cumplí por fin con algo que deseaba hace mucho tiempo pero que, extrañamente, no había sucedido aún: conocer en persona a Irene Vallejo. Y la ocasión se concretó, además, en uno de los lugares donde he vivido muchas de las cosas más emocionantes en lo profesional, y también no pocas en lo personal: el Espacio Fundación Telefonica de Madrid.

En esta ocasión, la razón para reunirnos fue la presentación de la nueva edición de la adaptación a cómic del éxito de ventas de Irene El infinito en un junco, publicada por Debate y que firma Tyto Alba y que, además, contó con la presentación de mi queridísima Marta Fernández.
La verdad es que, si lo pienso, me resulta sorprendente que haya pasado tanto tiempo hasta que este encuentro personal sucediera, porque hace ya años que mantengo una comunicación digital con Irene, y de hecho me dio permiso para poder utilizar las generosas palabras que le dedicó a mi La costumbre ensordece en sus redes para la faja de la segunda edición.
No voy ahora a descubrir el fenómeno que ha supuesto su libro, que ha superado ya hace tiempo el millón de ejemplares vendidos, y al que se le siguen sumando nuevas traducciones casi cada mes. A la vez, ella se ha convertido en un fenómeno global, y ha conseguido llegar a una enorme variedad de culturas y lenguas. Y todo, encontrando el punto común que une a esa inmensa torre de Babel: el universal amor por los libros y la lectura que emana de cada una de sus páginas, con esa genial habilidad para aunar lo personal y lo universal porque en cada detalle, por pequeño que sea, de nuestra existencia resuena la historia de toda la humanidad, y cada una de nuestras acciones añade un hilo a ese tapiz en constante creación al que llamamos futuro.
Lo que vi el viernes va mucho más allá de lo que dice, porque incluye también el cómo lo dice. Y eso creo que nunca lo había contemplado antes en nadie como lo vi en ella
Pero si que me quiero detener, precisamente, en el aspecto del fenómeno del que hasta ahora solo había tenido referencias. Porque, en este mundo de la cultura, que en demasiadas ocasiones es todo menos beatífico, lo que escuchaba decir a cualquiera que la hubiera conocido en persona era una repetición de sinónimos y variantes de una de las cualidades más valiosas, pero también menos fáciles de encontrar: su bondad.
Y sin embargo, lo que presencié el viernes me sorprendió, porque verla hablar va mucho más allá de lo que dice (que es hipnotizante, apasionado y entusiasta, y te contagia sin remedio), sino que incluye también el cómo lo dice y eso, y lo digo por mi experiencia de décadas trabajando en las distintas trincheras del mundo editorial, creo que nunca lo había contemplado antes en nadie, como lo vi en ella.
No solo es su sonrisa, que no desaparece ni por un instante y que es de una afectuosidad y una naturalidad simplemente cautivadora. Tampoco el brillo de su mirada, que parece devolver intensificada la luz que ella ha ido acumulando en su interior en su forma de vivir los libros y que se refleja en todo aquello de lo que habla, incluso los momentos más difíciles de su vida, y que se imbrican con sus historias de los clásicos, la biblioteca de Alejandría o la quema de libros durante el Tercer Reich, componiendo ese mosaico que, como los sofones que aparecen en El problema de los tres cuerpos, parecen expandirse en más dimensiones de las que creemos conocer, permitiendo que la vida de una niña en la Zaragoza de hace tres décadas pueda contener en sí un buen pedazo de universo.
No; lo que me fascinó, y también me sorprendió, porque no me lo esperaba, era su forma de mirar continuamente al público, de hacer que cada una de sus palabras parezca dirigirse personalmente a la persona a la que está viendo en ese momento. Una mirada cálida que te hace sentir como si las 400 páginas de su libro, nacido de una de las empresas más personales en las que ella se haya embarcado, en el fondo también estuviera hablando de ti, aunque ni tu biografía ni tus circunstancias tengan que ver con las suyas.
Una relación que se extiende a la calidez con la que atiende a todo quien se le acerca, esos miembros de la “tribu del junco” que la rodearon nada más terminar, a las que escuchó sin dejar de sonreír, con gestos de cariño como cogerles del brazo o pasárselo por los hombros mientras hacía, por ejemplo, que una anónima lectora la acompañara hasta la mesa donde, junto a Tyto Alba, se dedicaría a atender la kilométrica cola de firmas. Y estoy seguro de que, en ese momento, esa lectora, todos los lectores que nos acercamos y cruzamos con ella unas palabras, nos vamos con la sensación de que realmente nos ha visto, con una mirada que nos reconoce por más que, en estos años, se cuenten por decenas de miles las personas con las que ella habrá tenido un gesto así.
Hace mucho tiempo que pienso que la fuerza de El infinito en un junco radica, en definitiva, en su capacidad para elevar al lector, que se siente parte de la historia que le están contando, incluso aunque nunca hubiera oído hablar antes de Enheduanna, leído a Homero o Hölderlin, o escuchado un solo verso de Safo. Frente a demasiados autores llenos de euridición que entablan una relación jerárquica con el lector (“yo te cuento esto, que tú no sabes, y tú lo admiras y, de paso, me admiras”), Irene, cuya cultura es tanto o más inmensa, crea un relato que fluye en horizontal, convencida de que su vida, su relación con y su amor por los libros, es tan valiosa como la de alguien que apenas haya salido de lo comercial o soñado siquiera con poner un pie en Oxford. Y es que, en definitiva, la relación que cada uno entablamos con los libros que leemos, es para cada uno de nosotros tan única, rica e irrepetible como cualquier otro detalle de nuestra propia existencia.
Pero solo los verdaderamente grandes, como lo es Irene, consiguen que eso cobre sentido y se convierta en algo que puedes palpar y sentir en una parte muy íntima de ti. Algo maravilloso y esencial en los tiempos llenos de aristas en los que pasamos nuestro día a día.
Enhorabuena. Te imagino feliz!!!